miércoles, 10 de septiembre de 2014

La Patria - Toreo

Hay varias razones para escribir sobre la tauromaquia. Primero, porque creo que es un asunto importante; segundo, porque casi todos los que me rodean tienen una posición totalmente contraria a la mía; tercero, porque cuando hablo con alguien sobre el tema nunca me queda alguna idea interesante que me invite a evaluar mi posición; y cuarto, porque escribir me ayuda a organizar las ideas, que bastante falta me hace en este tema. Además, si lo hago por escrito, puedo exponer mis argumentos y evitar discusiones exaltadas e infértiles (comunes cuando se trata de este tema) donde se exponen posiciones sin ideas. Y no es que quienes se exaltan sean sólo los otros, no. Yo también me acaloro cuando hablo de toros.

Una anotación previa como para calentar el ambiente. Este asunto de los toros logró algo que no es fácil: unir a petristas y uribistas (sí, petristas, hay un jurgo de uribistas defendiendo a los toros. Si no lo han notado puede ser que tengan pocos amigos ubicados en el lado contrario de la corriente política que apoyan. Y eso, digo yo, es malo.).



Ahora sí, al tema. Muchos puritanos dirán que el asunto no es difícil, que cómo va a ser difícil apoyar la causa de no matar más toros por diversión. Pues bien, yo digo que el tema es complicadísimo. Y lo digo porque veo que hay dos extremos fundamentales que pueden estar chocando: el respeto a la vida (que es lo que los puritanos defienden) y el respeto a la libertad. 

Prohibir las corridas de toros me parece un atentado contra la libertad de algunos pocos que disfrutan ese espectáculo / salvajada / festejo / actocultural (escoja el que más le guste para terminar la oración). Si somos permisivos cuando prohíben cosas que sólo le interesan a unos pocos, estamos jodidos. Cuando una sociedad es permisiva, quien gobierna da rienda suelta a su poder y se permite prohibir más y más cosas que considera horrendas, y en ese sin fin de prohibiciones, tal vez cae alguna que sí nos interese. Por supuesto, la prohibición no es un demonio ni mucho menos. Prohibir la pena de muerte, por ejemplo, es importantísimo, porque por nuestra naturaleza egoísta y egocéntrica, pasaríamos de matar violadores, drogadictos y "gamines", a matar a todo aquel que no esté de acuerdo con nuestras ideas.

Considerando lo anterior, hay que ser muy finos para decidir cuándo sí y cuándo no se debe prohibir algo. Entonces, la pregunta: ¿el caso de las corridas de toros es un asunto que deba prohibirse? Creo que no, porque las corridas de toros son parte de la cultura heredada de nuestros antepasados españoles y como tal, debe defenderse para promover la pluriculturalidad. Ahora otra pregunta: ¿qué es cultura y qué es costumbre? Yo no sé establecer la línea exacta que los divide y por eso no estoy seguro si las corridas de toros son lo uno o lo otro. Pero de todas formas, más desde la intuición que otra cosa, me atrevo a decir que las corridas de toros hacen parte de la cultura y no son una simple costumbre. Lo digo considerando que la costumbre es un hábito y la cultura un patrón de comportamiento heredado. Las dos se transmiten entre generaciones, pero la primera se hace sin un objetivo claro y sin orientación, mientras que la segunda es, en alguna medida, guiada por parte de los mayores (eso lo concluí después de algunas lecturas). Entonces, el toreo es un asunto cultural que debe respetarse aunque no nos guste.

Pero lo anterior es lo que yo pienso y tal vez esté equivocado. Por eso existen las cortes de la rama judicial: para decidir cuando un asunto es muy complicado (dejemos un momento por fuera la pinche corrupción que nos tiene jodidos). Con esto también quiero decir que no creo que la alternativa en este tema sea la consulta popular, pues no siempre se debe hacer lo que mayoría quiere. El principio de defensa de la riqueza cultural es base fundamental de la democracia como la conocemos, porque nos permite convivir en la diferencia. Y para convencerse de qué tan diferentes somos, hablen de fútbol, política, arte o religión con sus más cercanos. En este punto cabe una claridad: las corridas, como dije, son un asunto cultural, pero no de minorías. Quienes gustan del toreo son pocos pero no son minoría. Ellos están haciendo valer sus derechos, las minorías no pueden.

Hace unos días Javier Garciadiego, presidente de El Colegio de México, confesó en una entrevista que los toros son una de sus aficiones enfermizas. Pero a renglón seguido (digo renglón porque la leí, no la escuché) dijo: "Son una salvajada. Creo que conforme se racionalice el ser humano, este tipo de festejos deben desaparecer". Apoyado en esto, considero que se hace más al mostrar una opinión firme frente a la salvajada que es una corrida, que al prohibirlas.

Para finalizar, debo decir que no me gusta la tauromaquia ni poquito. Y digo esto nomás porque en nuestra Patria, es facilísimo poner a un crítico en la orilla opuesta de lo que defendemos. Antes de leer los últimos dos párrafos, por ejemplo, varios habrán creído que soy un amante de ver matar toros. Y no.



Una esquirla de este asunto es el tema Petro. Qué dictadorcillo me pareció cuando rescindió el contrato de alquiler de la plaza. Luego lo empeoró al anunciar que denunciaría las huelgas sobre toros. En ese momento me pregunté: ¿si eso no le funciona, qué sigue? Me gustó mucho la forma en que Salomón Kalmanovitz se refirió al tema. Dijo que Petro pretendía "hacer un faraónico proyecto cultural que enterrara el ruedo". Cuando lo leí, me imaginé a uno de los Faraones de Egipto, exigiendo que se cumplan sus caprichos.

PD. jueputaquéposttanlargo. Si me siguieran en tuiter habrían leído lo fundamental de todo lo anterior en sólo seis tuits (suponiendo que alguien lee esto, claro).

martes, 2 de septiembre de 2014

La Patria - Confianza

I

Leí esta noticia sobre el papiloma en El Espectador. Me puse a pensar qué habría pasado si "Nelson Padilla", el editor que mencionan en la noticia, no hubiera recibido información científica adicional sobre el tema. Pudo pasar que se queda con la idea que le dio el "médico" cercano y no logra establecer que tal vez todo el asunto no pasa de una (cada vez más común en Colombia) histeria mediática. En ese contexto, sin más, decide regar la preocupación entre sus familiares. Como editor, imagino que goza de buena reputación en su familia y que sus apreciaciones son altamente valoradas. Supongamos, entonces, que su opinión cala tan profundamente en uno de sus familiares, que este decide no vacunar a su hija. Años después el cáncer y etcétera.

II

Estoy iniciando un proyecto con varios socios y me es difícil participar porque siento que asumimos muchas cosas sin tener información. Las discusiones sobre presupuestos que se presentan son aburridísimas (y hasta elevadas de tono) porque todos decimos lo que pensamos y emitimos juicios desde la especulación. Uno de ellos tiene más experiencia que el resto de nosotros y por ello aceptamos muchas de sus opiniones. Me asusta pensar que nuestro exceso de confianza sea la razón por la cual el proyecto se vaya al traste.

III

Nelson no quiere hacer daño a su familia y mis socios y yo no queremos quebrarnos, pero la cuestión es que asumimos y aceptamos tantas cosas tan despreocupadamente que somos un peligro para otros y para nosotros mismos. 

Todos (o casi) actuamos así: opinando desde el "yo creo" o el "me parece". Y está bien, pues es difícil conocer de forma suficiente la gran diversidad de temas que hay que tratar en la vida. Pero hay que hacerlo con responsabilidad, reconociendo que uno usualmente opina desde el desconocimiento. Este post es el perfecto ejemplo de alguien hablando de algo que no conoce: el papiloma. Así que, para mi tranquilidad, es mejor que sepan que no soy científico ni médico ni nada parecido.

IV

Casi no conozco nada que esté fuera de Colombia porque conocer exige tiempo, y a donde he ido no he estado lo suficiente. Por eso hablo de Colombia. Aquí todos asumimos posturas desde el "yo creo", que es normal, pero las elevamos rápidamente a verdades irrefutables (mantengan una conversación sobre política con sus familiares y verán), sin reconocer que tal vez estemos equivocados. Incluso, omitimos el "creo que" o similares, y afirmamos tajantemente y con convicción. Y ahí sí que hay un gran riesgo. Primero, porque mentimos diciendo que estamos seguros, nos creemos la mentira y jugamos a tener la razón, defendiendo esa opinión que no sabemos si es cierta. Y segundo, porque cualquier charlatán puede meternos los dedos a la boca. 

V

Propongo que cada vez que hablemos, pensemos si de verdad sabemos de qué estamos hablando y si no, lo reconozcamos. Pega duro en el ego, pero hay que hacerlo. Además, debemos saber que el otro, sin importar la reputación que tenga, puede estar equivocado.


VI

Qué peligro los confiados.